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Las predicciones tecnológicas más desafortunadas de la historia

telejono

La radio no tiene futuro. Las máquinas voladoras que pesan más que el aire son imposibles. Se demostrará que los rayos X son un engaño”, enumeró el genio británico William Thomson, más conocido como Lord Kelvin, en 1899. Como ya sabemos, ninguna de estas predicciones llegaría a cumplirse. Por desgracia, el vaticinio que realizó Guillermo Marconi en 1912, en la revista 'Technical World', tampoco: “La llegada de la era sin cables hará que la guerra sea imposible, porque hará que la guerra sea ridícula”. Ojalá no hubiera errado.

Son sólo dos de los más conocidos ejemplos de predicciones tecnológicas que demostraron ser absolutamente erróneas. Pero hay más, muchas más.

La idea de viajar al espacio, rezaba en un editorial 'The New York Times' en 1920, “reniega de una ley fundamental de la dinámica, y sólo el doctor Einstein y su docena de elegidos, tan pocos y tan aptos, pueden permitirse hacer eso”. Aún más contundente al respecto se mostró en 1957 el pionero estadounidense Lee De Forest, inventor del tubo de vacío: “Me atrevo a afirmar que tal viaje hecho por el hombre jamás ocurrirá, independientemente de todos los avances futuros”. Los más fanáticos de la conspiración lunar podrán decir, tal vez, que esta predicción aún tiene visos de ser cierta.

“¿Quién demonios quiere oír hablar a los actores?”, se preguntaba en 1927, en pleno auge del cine mudo y ante el surgimiento del sonoro, Harry Warner, uno de los fundadores del imperio cinematográfico que lleva su apellido. En la misma línea, Darryl Zanuck, que estaba al frente de los estudios 20th Century Fox, vaticinó en 1946 lo siguiente acerca del televisor: "La gente se cansará pronto de mirar a una caja de madera cada noche".

Las suyas no son las únicas aseveraciones cortas de miras acerca del avance tecnológico que se atribuyen a prohombres del pasado siglo. Se suele decir que Thomas Watson, presidente de IBM, cargó en 1943 contra los primitivos ordenadores, todavía entonces del tamaño de una habitación más bien grande. “Creo que hay mercado para unos cinco”, parece ser que dijo —aunque para algunos se ha sacado de contexto la frase y para otros es sencillamente falsa—.

Hasta el inventor del aparato más omnipresente en nuestras vidas, el ingeniero de Motorola Martin Cooper, dudó de la repercusión de su obra. "Los teléfonos móviles no remplazarán de ningún modo a los sistemas locales de cable", dijo en 1981. “Incluso si miras más allá de nuestras vidas, no serán lo suficientemente baratos”.

Del puño y letra del mismísimo creador del protocolo Ethernet, Bob Metcalfe, salieron las palabras más desafortunadas acerca de la Red de redes. “Predigo que internet se convertirá pronto y espectacularmente en una supernova y que colapsará de forma catastrófica en 1996”, dejó por escrito en la revista 'InfoWorld' a finales del año previo.

En noviembre de 2004, Robert McHenry, antiguo editor jefe de la prestigiosa Encyclopædia Britannica, se mofaba de la web que pronto sería no solo una competidora, sino también el último clavo en el ataúd de los viejos compendios ilustrados. “El usuario que visita Wikipedia para aprender sobre algún tema” -decía- “está en la posición de quien visita un baño público. Tal vez es obvio que está sucio, por lo que sabe que ha de tener mucho cuidado, o quizá parezca aceptablemente limpio, por lo que puede caer en una falsa sensación de seguridad. Lo que ciertamente no sabe es quién ha usado las instalaciones antes”.

Al año siguiente, uno de los fundadores de YouTube, Steve Chen, admitía albergar ciertas dudas sobre el porvenir de su proyecto. "Sencillamente no hay tantos vídeos que me interese ver", decía humildemente. Suerte para él que cientos de millones de internautas discreparan.

El más carismático y controvertido líder de Microsoft, Steve Ballmer, no tuvo la misma fortuna con sus declaraciones sobre el iPhone. En 2007, tras el anuncio de la manzana mordida, se burló públicamente del “teléfono más caro del mundo”. En su opinión, estaba condenado a ser un fiasco “porque no tiene teclado, lo que lo convierte en una no muy buena máquina de mandar emails”.

“Ahora mismo nosotros estamos vendiendo millones y millones y millones de teléfonos al año”, alardeó. “Apple está vendiendo cero”. A su favor hay que decir que no fue el único que le restó importancia al invento de Steve Jobs y los suyos. Según se cuenta, Mike Lazaridis estaba en su casa, ejercitándose en su cinta de correr, cuando vio por primera vez el iPhone en la tele. Había algo en aquel nuevo dispositivo que no le cuadraba. Era como si Apple hubiera metido un Mac dentro de un móvil. No tenía sentido.

La diferencia es que Ballmer siempre iba un paso más lejos. También en varias ocasiones disparó con balas de fogueo contra Android, su otro gran rival en la batalla por el trono de los smartphones. En 2011, por ejemplo, cargó contra lo supuestamente complicado que era utilizar los móviles con el sistema operativo de Google. “No necesitas ser un ingeniero informático para usar un teléfono con Windows, pero sí para usar uno con Android”, afirmó.

Seguro que ahora mismo hay alguien célebre, en algún lugar del mundo, diciendo que la inteligencia artificial será un fracaso (o que las máquinas dominarán el mundo), que la realidad virtual ya ha fracasado no-sé-cuántas veces o que la promesa de los coches voladores jamás será cumplida. ¿Tendrán razón? Probablemente no. A toro pasado parece muy sencillo, pero hablar sobre el futuro cuando todavía no ha llegado siempre es peliagudo.

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