Algorithmia: el supermercado de Inteligencia Artificial al alcance de todos
Hay un bazar en internet que se dedica a la compraventa de inteligencia artificial, esa que algunos temen por si se nos va de las manos. En los puestos de Algorithmia, este supermercado del siglo XXI, los desarrolladores web pueden añadir a su carrito virtual un fragmento de código capaz de reconocer formas y colores o analizar sentimientos pese a no comprenderlos.
Allí se puede encontrar un algoritmo que detecta caras humanas en una imagen u otro que las aborrece tanto que las elimina. También los hay que intentan adivinar la edad, el sexo o el color de la piel mirando aún sin ojos un archivo jpg. Incluso uno permite colorear las imágenes en blanco y negro para ver el pasado con toda la gama cromática, como puedes ver en su probador.
Más controvertido es el detector de desnudos. Gracias a las redes neuronales, sistemas que simulan el comportamiento de nuestro cerebro, este algoritmo carente de ética puede censurar las instantáneas que muestran esas partes del cuerpo que nos hemos acostumbrado a ocultar. De esta forma, la criticada mano puritana de las webs puede ser automática. «Hay tantas aplicaciones de detección de desnudos que era algo que atraía a muchos desarrolladores porque tienen ese problema y hasta ahora todo se hacía manualmente», explica Diego Oppenheimer, CEO y cofundador de Algorithmia.
Tras estudiar Sistemas de Información en la renombrada Universidad Carnegie Mellon y trabajar como program manager en Excel, Oppenheimer y su socio se hicieron una pregunta. «¿Dónde accedes a estos algoritmos avanzados si no eres Microsoft, si no eres Google ni Facebook?» Así que optaron por «montar un marketplace de algoritmos en el que los académicos directamente podrían poner sus cosas». Ellos se encargarían de que el software se distribuyera fácilmente.
Algorithmia ofrece a los desarrolladores web sus productos en forma de API (interfaces de programación de aplicaciones por sus siglas en inglés), una suerte de ventanas que las aplicaciones abren al exterior para comunicarse. Eso sí, no deja de ser un intermediario: los investigadores, que hacen el papel de proveedores en este marketplace, pueden decidir si ofrecen sus algoritmos open source o si quieren cobrar por ellos. Algorithmia se queda con un porcentaje de las ganancias y ofrece el soporte gracias a un servicio en la nube.
La idea de construir este comercio de máquinas gustó a algunos inversores hace un par de años. La compañía consiguió 2,4 millones de dólares (2,1 millones de euros) en financiación, con el apoyo, entre otros, de Oren Etzioni, profesor de inteligencia artificial en la Universidad de Washington y fundador de un centro de investigación sobre la materia.
Los algoritmos capaces de analizar un escrito también figuran entre los más solicitados en este supermercado. Al fin y al cabo, si una máquina es capaz de resumir un texto, extraer las palabras más importantes de él y evaluar su tono para determinar si es positivo, negativo o neutral en unos instantes, ¿qué empresa no va a querer ahorrarse que un humano los lea a su limitada velocidad?
Oppenheimer ha llegado a acuerdos con la Universidad de Washington, la de Columbia o el Instituto de Tecnología de California para que sus investigadores contribuyan a ampliar este bazar en el que el machine learning tiene precio. Más de 30.000 desarrolladores utilizan ya esta plataforma que, como buena intermediaria, no guarda los datos de ningún cliente, sino que se limita a procesarlos. Según Oppenheimer, más de 100 compañías y hasta algún gobierno ya se pasean por su mercadillo o utilizan el software que hay detrás de él para crear el suyo propio.
Aunque hay algunos algoritmos muy orientados a las compañías, como el analizador automático de tuits para facilitar el estudio de las quejas de los clientes, los investigadores también han dejado código con un fin lúdico. El que crea arte a partir de una fotografía y un estilo pictórico — puedes juzgar tú mismo la calidad de una de sus obras— o el que oculta frases con el cifrado César —llamado así porque el mismísimo Julio César lo utilizó para enviar órdenes a sus generales —son ejemplos de ello.
«Nosotros queremos ser el primer lugar donde ellos [los desarrolladores] paren y nosotros tenemos la idea de que todo software va a tener inteligencia artificial en el futuro», asegura el cofundador de Algorithmia. Consigan o no ser ese supermercado al que todos recurran, lo cierto es que este servicio de dating de los algoritmos, como lo calificó la MIT Technology Review, está conectando a los investigadores que no sacaban demasiado rédito a sus estudios con los artífices de algunas webs y apps.
Hace dos años, Google se gastó 400 millones de dólares (366 millones de euros) en DeepMind, una startup londinense dedicada a la inteligencia artificial. No era su único movimiento en el mundillo: también comenzó a reclutar a los no tan numerosos jóvenes investigadores especializados en deep learning. El año pasado, hizo que TensorFlow, su plataforma de inteligencia artificial, fuera open source. Así, las compañías podrán usar su software para desarrollar sus propias aplicaciones.
«Hay un riesgo de que si los académicos y la gente está creando trabajo y haciendo esas aplicaciones entra 100 % en el mundo privado y en especial de ciertas empresas, como que todo el talento de Google termine por hacer publicidad», opina Oppenheimer. «Democratizar el acceso a los algoritmos» uniendo a proveedores y clientes en lugar de contratar a los primeros es su modesta propuesta frente a gigantes como Google o Facebook.