Las cookies nos crean una realidad que no existe
Despiertas por la mañana y te acercas al balcón para examinar el cielo. El sol brilla con un luz nueva, hay nubes pequeñas y compactas, de las que a ti te gustan. Abres la ventana y una brisa templada te acaricia el cuello. A lo lejos, alguien te saluda con la mano y tú respondes con cierta sorpresa. De una forma extraña, hoy no se oye el tráfico ni los aparatos de aire acondicionado.
La realidad es que en un balcón cercano al tuyo hay un perro llorando. Más abajo un hombre borracho se tambalea y lanza comida podrida a las gaviotas. Tres ambulancias han pasado por tu calle en menos de media hora y no estarías tan tranquilo si no hubieran sido eliminadas.
Esto es lo que internet está haciendo por ti. Todo lo que ves en tu ventana, en tu pantalla, ya sea en las redes sociales o en los medios de comunicación, se amolda cada vez más a tus gustos. Progresivamente, te acomodas a una realidad que no existe porque ha sido confeccionada a tu medida.
“No nos acercamos a un Gran Hermano como el que predijo George Orwell en 1984, en el que todo el mundo vivía sometido a una sociedad tiránica, sino al mundo feliz de Aldous Huxley, donde una droga es la que ejerce el mecanismo de control. Todo el mundo es feliz y nadie se replantea nada. Y las tecnologías que nos convierten en esclavos son las que amamos”.
Las palabras que acabas de leer son de Francisco José García Ull, un hombre que el año pasado presentó su tesis doctoral en la Universidad de Valencia y se llevó un cum laude y una preocupación.
Él es publicitario especializado en comunicación online, y decidió investigar sobre la publicidad de los medios digitales españoles poniendo la lupa sobre su piedra filosofal, las cookies: esos paquetes de datos que dejamos mientras navegamos, un rastro personal que otros recopilan y utilizan con fines analíticos y comerciales.
Las cookies, descubriría más tarde García Ull, tienen consecuencias que van mucho más allá de los anuncios que se adapan a nuestras búsquedas en Google: están cambiando nuestra percepción del mundo sin que nos demos cuenta.
“Lou Montulli, el creador de las cookies, decía al principio que entrar en una web era como entrar en una tienda regentada por un dependiente con amnesia: siempre que entrabas era como la primera vez. Las cookies consiguieron que la página te recuerde y que el contenido pueda adaptarse a ti”.
Es de sentido común. Un buen comerciante siempre conoce a sus clientes, sus especificidades y manías. Cuanto más personalizado sea el trato, mejor se sentirá el comprador en su tienda. A simple vista todos ganamos con la “memoria” del comerciante, con lo que nuestras huellas dicen de nosotros en la red. ¿A quién no le resulta útil que, mientras busca billetes para ir a Venecia, le asalten ofertas mejores, sugerencias de alojamiento y bonos para las góndolas?
"Hay esperanza", dice Ull. La hay porque internet ha dado vida a un usuario activo, que trolea, que protesta, que hackea. "Hay esperanza porque la tecnología no es mala o buena, es lo que nosotros hacemos con ella. La misma tecnología que utiliza la NSA, los hackers la utilizan para revelar secretos de la propia NSA”.
Aunque los hackers sean una minoría, este investigador afirma que todos nosotros hemos cambiado el chip. Sólo hace falta que tengamos más conciencia sobre la vigilancia bajo la que vivimos y sus consecuencias.
"Sólo me enteré de que habían sacado la nevera inteligente cuando fue hackeada. Pasó lo mismo con Microsoft hace unos días. Lanzó un robot de inteligencia artificial en Twitter que debía aprender de las conversaciones. En menos de un dia empezó a decir barbaridades. Cuando los dispositivos son hackeados, la sociedad demuestra su peligro y vuelve a ser consciente".
Fuente: Playgroundmag