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Giuseppe Tornatore: "la tecnología no anulará el romanticismo"

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En su nuevo filme "La Correspondencia", Tornatore (Bagheria, Italia, 1956) se sumerge en el mundo digital y la comunicación virtual. Un maduro profesor de Astrofísica, interpretado por Jeremy Irons, mantiene una relación extraconyugal con una estudiante (Olga Kurylenko). Es un amor a distancia, de escasos encuentros físicos y vía ordenador y móvil. Antes de morir, él deja grabados múltiples mensajes y prepara un sofisticado sistema para transmitirlos a su amada, con una cadencia y exactitud sorprendentes. Igual que las estrellas, cuya luz puede llegarnos mucho tiempo después de haberse extinguido, también este astrofísico consigue perpetuar su flujo amoroso después de muerto. Ella no descubre de inmediato la verdad, y cuando lo hace vive un duelo desconcertante.

La correspondencia deja un gusto extraño. El espectador no sabe muy bien si ha visto una historia de ciencia ficción o realista. ¿Usted qué cree?
Le sorprenderé. Es un filme realista porque lo que sucede es hoy absolutamente realizable. Todo es verosímil. Si uno quisiera hacer lo que ha hecho Ed Phoerum (el protagonista), lo podría hacer.Hace cuatro o cinco años, quizás no, pero hoy sí.

Analiza el amor en la era digital, a través de SMS, videomensajes, Skype. ¿Estamos ante un cambio antropológico?
Es probable que estemos ante un cambio absoluto, también antropológico. La tecnología en los últimos años, aún hoy y quién sabe durante cuánto tiempo, está transformando por completo nuestra vida. La ha ampliado. Hoy, en una hora, hacemos muchas más cosas de las que hacíamos 40 años atrás.

¿Y que significa esto?
Significa que la tecnología se ha convertido también para nosotros en una promesa de inmortalidad. Porque ha ampliado nuestra vida y acabamos por creer también que pueda alargarla. Esto cambia muchas cosas en la percepción que tenemos de la vida cotidiana.

¿Estamos preparados para ello, mentalmente?
Tal vez las nuevas generaciones sí, en el sentido de que nacen ya con esta perspectiva de que el tiempo a nuestra disposición no está limitado, como era natural que lo estuviera hasta hace unos años para las jóvenes ­generaciones de entonces. Los mayores no estamos preparados porque sabemos que no es posible, sabemos que la máquina más perfecta sigue siendo el hombre. Por ­tanto la tecnología no puede mantener todas las promesas que nos hace.

¿El romanticismo sobrevive en esta era virtual, tecnológica?
Sí puede sobrevivir. Depende de la actitud de cada persona ante la vida, ante los sentimientos. Tener una actitud romántica significa tener una actitud sensible ante determinados sentimientos. Esto es eterno. No creo que la tecnología pueda anularlo. Puede favorecerlo. Los jóvenes tienen su manera de ser sensibles, sentimentales y románticos a través de Skype, WhatsApp, Twitter, Facebook. Es su modo de expresar sus sentimientos.

En la película se llega al extremo de que este romanticismo sobrevive a la muerte.
Sí, porque hay aplicaciones que lo permiten, sistemas tecnológicos de cadencias con los que podemos preestablecer el flujo de nuestros pensamientos y mensajes, para enviarlos a quien queremos en momentos del futuro, incluso más allá de nuestra existencia. Esto abre escenarios impredecibles. Mi película aborda un caso simple, de un ser que no se resigna a la idea de tener que abandonar para siempre a la persona que ama y recurre a todo eso que la tecnología le ofrece para extender al máximo posible su presencia. Pero los supuestos que se abren son múltiples.

¿Por ejemplo?
Hay un gran debate internacional sobre cuestiones como la herencia digital o si se reconoce un valor legal a los testamentos que las personas pueden enviar hoy directamente a sus herederos, sin pasar por los notarios. Hay aplicaciones con las que se pueden enviar las propias voluntades directamente a los interesados, esquivando toda la burocracia. El debate es si tiene un valor legal o no. Las opciones son impensables, mucho más complejas que la de mi película.

¿Por qué ha escrito la historia?
Porque me intrigaba, me divertía, me gustaba. Soy muy curioso respecto a la tecnología, me fascina, aunque no estoy obsesionado. Mi actitud ante la tecnología no es de prevención. No tengo una visión maldita. Creo que nos regala ventajas y privilegios. Es el abuso que hacemos de ella lo que se convierte en maldito. Eso sí me da miedo. Pero me gusta todo eso que se puede hacer ahora y no se podía hace 30 o 40 años. El hecho, por ejemplo, de enviar un guión, cuando he acabado de escribirlo, en un instante, a mi productor en América, lo vivo como si estuviera ya en la ciencia ficción. Hace 30 o 40 años, enviar un guión a América era una aventura.

Ahora no sólo puede enviar el guión sino la película entera.
Hoy se puede enviar todo, hasta el punto de que enviar un correo electrónico comporta, de parte de quien lo envía, la convicción de que el destinatario necesariamente lo ha leído. Pensamos en la comunicación del pensamiento. Nuestra mente va muy por delante de la tecnología. Concebimos ya un mundo en el que podemos enviarnos pensamientos directamente. Yo me conecto contigo, pienso una cosa y ya ha llegado a tu cabeza. Posiblemente la tecnología lo facilitará. Pero lo curioso es que nos lleva ya a imaginar un cierto uso de los medios tecnológicos que aún no se garantiza. Es muy complejo.

Pero quizás pagamos un precio, en nuestra concentración, de esta conectividad constante.
Pagamos un precio carísimo. Decíamos que la tecnología está cambiando nuestra vida completamente. Nuestros hijos tienen una actitud ante la vida, con quienes les circundan, muy distinto de la que teníamos nosotros. ¿Peor, mejor? No sabría decir. Pero me impresiona. Tienes la sensación de que en algunos aspectos saben más que nosotros, pero sobre muchas otras cosas son completamente ignorantes. No tienen la capacidad, por ejemplo, de afrontar la relación personal. Saben afrontarla sólo mediante el flujo de palabras, de comunicación.

¿Era necesario para la película la diferencia de edad tan acusada entre los protagonistas?
Sí, porque el filme está basado en el concepto de distancia, la distancia entre nosotros y las estrellas, entre quien se queda y quien se va, entre quienes tienen edades diversas. Me gustaba la idea de esa coherencia temática.

¿Por qué sitúa la mayor parte de la historia en Inglaterra?
Se podía ambientar en cualquier parte. Mis productores me pidieron realizar la película en inglés, con un reparto anglófono, así que le di una ambientación inglesa.

¿Tal vez ayuda la frialdad de los paisajes?
Seguramente ayuda ese clima un poco romántico, gris. El filme tiene casi siempre esa tonalidad gris. Es verdad que eso iba muy bien para la historia, pero hoy en día podría haberse ambientado en cualquier lugar donde se usen los medios tecnológicos.

Es un tipo de película muy exigente para los actores.

Para él, menos. Para ella fue dificilísimo porque está siempre en escena. La película lo cuenta todo desde su punto de vista. Ella no interactúa con nadie, sólo con el teléfono, con la pantalla del ordenador. Es muy complicado. Y en toda la historia había un estado emocional muy introvertido, muy melancólico, una confrontación constante con el dolor. Para un actor o actriz que ama sumergirse en el personaje y en el clima, vivir tres, cuatro o cinco meses en este tipo de clima y emoción, sin poder interactuar con los otros actores, es una experiencia muy dura. Estuvo fantástica.

En esta película se muestra un duelo muy especial. Cuando una persona muere, uno encuentra cartas y fotos, pero aquí el muerto te llama, te habla. Es muy fuerte.
Ja, ja. Sí, es muy fuerte. Creo que para ella fue una experiencia que no olvidará.

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