¿Cuánto de verdad hay en la serie "Black Mirror"
Como su nombre lo indica, la serie de Netflix "Blackmirror" nos expone a un reflejo de la "sobredependencia" tecnológica que estamos creando, quizás sin ser conscientes de ello. Si bien la imagen que nos devuelve ese espejo negro no es ni la mejor ni la mas linda que nos gustaría ver, la serie muestra adelantos tecnológicos -y sus usos- que están a la vuelta de la esquina.
¿Se puede contactar con los que ya se han ido?
Puede que, al menos inicialmente, suene a locura plantearse hablar con aquellos seres queridos que ya no están. Y no, no estamos hablando de la «ouija». Hablamos de «chatbots» capaces de recrear la personalidad de una persona a través de las interacciones que tuvo en internet: correos, conversaciones por chats, mensajes en redes sociales...
La dinámica parece sencilla. Este «chatbot» utilizaría todos los mensajes para reconocer las características que identifican al usuario en cuestión. No solo analizaría la forma de escribir, también las frases hechas, la forma de escribir, las bromas más recurrentes?
Uno de los ejemplos más claros de que esto está más cerca de la realidad que de la ficción es el de Eugenia Kuyda, cofundadora de Luka, una empresa norteamericana de tecnología. Kuyda creó una versión virtual de Roman Mazurenko, quien falleció en un accidente de coche el año pasado, días antes de su 33 cumpleaños.
Kuyda alimentó la plataforma con más de 8.000 mensajes de Mazurenko en un programa de Google que permite crear tu propio «chatbots». «No es pretender que alguien está vivo. Es solo aceptar, pensar y hablar sobre ello», explicó. Actualmente, se puede utilizar a través de la app Luka, disponible en iTunes.
La desesperación de las redes sociales
Al igual que los protagonistas de «El himno nacional» o «15 millones de meritos», actualmente sufrimos una sobreexposición social, a veces voluntaria o involuntaria como en dichos episodios.
Hemos pasado de una primera fase de no compartir nada de nosotros mismos en la Red a compartirlo todo. Amazon empezó a recomendarnos en función de lo que habíamos comprado anteriormente. Deezer o Spotify nos sugería otros grupos de música que podían gustarnos... Y Google llegó con todo: desde búsquedas rápidas a sugerencias de restaurantes en función de tu ubicación a la hora de cenar.
Conectando sus servicios de mensajería, con las aplicaciones descargadas en el celular, con el uso de su navegador... Google (y otros gigantes de la comunicación) está cada día está más cerca de conocernos mejor de lo que lo hacemos nosotros mismos.
También son muchos los que participan y publican información propia en las redes sociales, lo que se califica como exhibicionismo desmedido. Todos tenemos ese amigo que cuenta su vida a través de Instagram o Facebook. Cuando ha tenido un buen día, cuando ha perdido el subte, qué ha comido, cuando sale a tomarse una cerveza con nosotros... Pero no tenemos en cuenta que, por unos cuantos «likes», estamos exponiendo nuestro día a día.
La obsesión por la «foto»
El «momento foto» ha pasado a ser más importante que el propio momento que se está disfrutando para hacer una galería increible de nuestra vida. La intención se supone que es «poder revivirlo una y otra vez»; sin embargo, puede acabar haciéndonos más daño del que imaginamos.
«El problema de usar cámaras para preservar el presente es que no sabemos quiénes seremos en el futuro, cuando llegue el momento de examinar quiénes fuimos en el pasado», escribe el novelista Walter Kirn en 'The New York Times'. «Si en mi adolescencia hubiera tenido un teléfono con cámara dudo mucho que entonces hubiera grabado con ella las cosas que ahora me parecen importantes, como a mi madre sentada en su butaca azul leyendo a Proust».
Si tuviéramos vídeos grabados por nosotros hace diez o doce años probablemente encontraríamos momentos que habíamos olvidado. «La mayoría de las experiencias que vivimos sencillamente se pierden para siempre. Sin embargo, de alguna manera nos parece que deberían tenerse en cuenta, que lo que nos sucede en estos momentos y experiencias es nuestra vida», explica premio Nobel de Economía Daniel Kahneman. Este psicólogo defiende la idea de que en cada persona hay dos partes muy distintas: una que vive el presente y que tiene experiencias y otro yo que selecciona que debe recuerdar.
Intentar retener el presente haciendo muchas fotografías altera cualquier de las experiencias que podamos tener. Más aún si va acompañada del acto casi reflejo de mirarlas a ver que tal han quedado o de subirlas directamente a las redes sociales (movimiento favorecido por aplicaciones como Instagram que incluyen un apartado para publicar directamente las fotografías que tomes).
¿Quién no ha rebuscado en el álbum del teléfono o en las fotos del perfil de Facebook para recordar con quién pasó la última Nochevi o dónde estuvo hace dos veranos? Lo que no apreciamos es que nuestra memoria es mejor seleccionando qué momentos son importantes que nosotros. Sin embargo, la grabación digital en cambio es inamovible. Y es que «la magia de la memoria está precisamente en que es imperfecta e impredecible», escribe Kirn.
La tiranía del marketing
Desencantada. Desilusionada. Sin creer en nada. La gente está tan decepcionada que es capaz de creer a cualquiera que aparezca con ganas y con un planteamiento «nuevo» o al menos un discurso diferente. La sociedad está cansada y ya no sabe en qué creer. Brooker presentó una, que no difiere tanto de la nuestra, que termina creyendo que un dibujo animado puede llegar a representarles, porque al menos es sincero.
En «El momento de Waldo», los políticos se convierten en el objeto de burla de un programa de televisión que se sirve de un osito azul de aspecto adorable pero de lengua viperina para ridiculizarlos con chistes de pedos y «argumentos» similares. (¿No os recuerda su actitud a un futuro candidato?) Pero la gente misteriosamente adora a Waldo. Waldo es más que un osito. Es la voz de una sociedad desencantada con la clase política, que no hace nada. Y, aunque este osito no tenga nada que decir, presenta un rayo de esperanza por el simple hecho de intentar desenmascarar a los políticos.
No es casual que el capítulo comience con la noticia de un parlamentario obligado a dimitir tras publicarse en su cuenta de Twitter algunas fotos comprometidas; una situación que hemos podido ver más de una mañana en las tapas de los periódicos. Brooker ha querido con ello dibujar una clase política corrompida que necesita una regeneración urgente. Y es ese contexto el que parece justificar el descrédito y el hastío de los ciudadanos.
Algo más que una moda
Seguro que más de un aficionado ha sentido como veía un capítulo de «Black Mirror» al pasear por la calle durante este verano. Los parques y las plazas estaban plagadas de personas enfrascadas en sus teléfonos móviles. Apenas hablaban entre ellas. Solo compartían frases puntuales como «mira lo que he encontrado». Sí, todas ellas jugaban a Pokémon GO.
Tratando las consecuencias de un mal uso de las nuevas tecnologías en diferentes aspectos de la sociedad, la serie ya ha tocado temas como la dependencia de los móviles o los videojuegos y sería un marco perfecto para contar la historia de una app como la de Niantic y Nintendo.